Por el Trotskismo!
Introducción de 1917, en su edición en español
Esta primera edición en español de 1917 contiene “¡Por el Trotskismo!”, principal declaración programática de la TBI y que fue publicada originalmente en 1986. También contiene la declaración de la TBI acerca del golpe de estado soviético de 1991 y de sus consecuencias, la victoria de la contrarrevolución capitalista.
Hemos incluido además traducciones de una variedad de polémicas mantenidas con los que se hacen llamar “trotskistas” del grupo británico “Workers Power” y del grupo norteamericano “Spartacist League.”
(El siguiente documento fue adaptado en 1986 por la Conferencia de fusión de la Tendencia Bolchevique y la Tendencia Trotskista de Izquierda, como codificación del acuerdo programático al que llegaron ambas organizaciones.)
1. Partido y programa
“Los intereses de la clase (obrera) no pueden ser formulados de otra manera que no sea en forma de programa; el programa no puede ser defendido de otra manera que no sea el de crear un partido.
“La clase, tomada por sí misma, es solamente material para la explotación. El proletariado asume un rol independiente solamente en aquel momento cuando pasa a ser de una clase en sí misma, a una clase por sí misma. Esto no puede suceder sino es a través de la existencia de un partido. El partido es aquel órgano histórico por el medio de la cual la clase se conscientiza sobre la clase.”
-L. D. Trotsky, “¿Después qué?” 1932
La clase obrera es la única clase completamente revolucionaria en la sociedad moderna, la única clase con la capacidad de terminar con la demencia del régimen capitalista internacional. La tarea fundamental de la vanguardia comunista es la de inculcar a la clase (sobre todo a su componente más importante, el proletariado industrial) la conciencia de su rol histórico. Nosotros rechazamos explícitamente toda estratagema que sea presentada por centristas y reformistas, o ‘sectorialistas’, que ven en una u otra sección de la población no proletaria un vehículo más viable para el progreso social.
La liberación del proletariado, y con ella la eliminación del material de base de todas las formas de opresión social, depende de la dirección. El armazón de liderazgos “socialistas” potenciales, se puede reducir, en su análisis final, a dos programas: o reforma o revolución. Mientras pretende ofrecer una estrategia “práctica” para el mejoramiento gradual de las injusticias de las clases sociales, el reformismo trata de reconciliar a la clase obrera con los requisitos del capital. En contraste, el marxismo revolucionario está basado en el antagonismo entre capital y trabajo, y la consiguiente necesidad de la expropiación de la burguesía, por parte del proletariado, como precondición de cualquier progreso social de importancia.
La hegemonía de la ideología burguesa, en las diversas formas que toma, entre el proletariado, representa el baluarte más poderoso del régimen capitalista. Como escribiera James P. Cannon, líder histórico del trotskismo norteamericano en su libro ”Los primeros diez años del Comunismo Americano”:
“La fuerza del capitalismo no se encuentra en sí misma y en sus instituciones, sobrevive porque tiene bases de apoyo en las organizaciones de los trabajadores. Como lo vemos ahora nosotros, a la luz de lo que hemos aprendido de la Revolución Rusa y sus efectos, el noventa porciento de la lucha por el socialismo es la lucha contra la influencia de la burguesía en las organizaciones de los trabajadores, incluyendo al partido.”
La distinción clave entre una organización revolucionaria y una organización centrista o reformista se encuentra no tanto en declaraciones de metas y objetivos finales, sino en las posiciones que presentan cada una en situaciones concretas planteadas por la lucha de clases. Los reformistas y centristas ajustan sus respuestas programáticas a cada nuevo evento, de acuerdo con las ilusiones y preconceptos de su audiencia. Pero el rol de un revolucionario es el de decirle a los obreros y a los oprimidos lo que no saben.
“El programa debe expresar las tareas objetivas de la clase obrera antes que el retraso de los trabajadores. Debe de reflejar a la sociedad tal cual es, y no el retraso de la clase obrera. Es una herramienta para superar y vencer este retraso. No podemos aplazar la modificación de condiciones objetivas que no dependen de nosotros. No podemos garantizar que las masas resuelvan la crisis, pero nosotros debemos expresar la situación, tal cual es, y esa es la tarea del programa.”
-Trotsky, “El retraso político de los trabajadores Americanos,” 1938
Nosotros queremos enraizar el programa comunista en la clase obrera por medio de grupos en los sindicatos, grupos basados en el programa. Estas formaciones deben de participar activamente en las luchas por reformas y mejoras parciales de la situación del obrero. También deben de ser los defensores de las tradiciones militantes de la clase solidaria, por ejemplo, el principio de que “los piquetes son inviolables.” Al mismo tiempo deben de transmitir a los obreros con mayor conciencia política un punto de vista mundial que trascienda la militancia limitada al centro de trabajo, y que aborde las preguntas políticas más importantes del día, de manera tal que demuestre la necesidad de eliminar la anarquía de la producción con fines de lucro, y reemplazarla por una producción racional planificada con acuerdo a las necesidades humanas.
Nuestra intervención en las organizaciones de masas del proletariado está basada en el Programa de Transición, adoptado durante la reunión fundacional de la Cuarta Internacional en 1938. En cierto sentido no puede existir algo tal como un “programa terminado” para los marxistas. Es importante tomar en cuenta los desarrollos políticos en las últimas cinco décadas, y la necesidad de abordar problemas planteados por luchas específicas de sectores de la clase y/o de los oprimidos, que no fueron tratados en la versión del documento 1938. Sin embargo, en sus fundamentos, el programa sobre el cual se fundara la Cuarta Internacional, retiene su pertinencia porque formula soluciones socialistas a los problemas objetivos que afectan hoy a la clase obrera en el contexto de una necesidad invariable del poder del proletariado.
2. La revolución permanente
Durante los pasados quinientos años, el capitalismo ha creado un orden económico único mundial, con una división internacional de trabajo. Vivimos en la época del imperialismo, la época de la decadencia capitalista. La experiencia en este siglo ha demostrado que la burguesía nacional del mundo neocolonialista es incapaz de terminar la tarea histórica de la revolución democrática-burguesa. No hay, en general, un camino de desarrollo capitalista independiente abierto a esos países.
En los países neocolonialistas se pueden reproducir los logros de las revoluciones burguesas clásicas rompiendo las relaciones de producción capitalistas, cercenando los tentáculos del mercado mundial imperialista y estableciendo la propiedad obrera (y, por tanto, colectivizando). Únicamente una revolución socialista, una revolución ejecutada contra la burguesía nacional y los grandes latifundistas puede llevar a una expansión cualitativa de las fuerzas productivas.
Nosotros rechazamos la estrategia, estalinista o menchevique, “de las dos etapas”, de subordinación del proletariado a los supuestos sectores “progresistas” de la burguesía. Defendemos la independencia política completa e incondicional del proletariado en todos los países. Sin excepción, las burguesías nacionales del “Tercer Mundo” actúan como agentes de la dominación imperialista cuyos intereses están, en un sentido histórico, mucho más ligados a los banqueros y los empresarios de la metrópolis que a su propio pueblo explotado.
Los trotskistas ofrecen apoyo militar, pero no político, a los movimientos nacionalistas pequeño-burgueses (incluso a regímenes burgueses), que entran en conflicto con el imperialismo en defensa de la soberanía nacional. En 1935, por ejemplo, los trotskistas apoyaron la victoria militar de Etiopía contra los invasores italianos. Sin embargo, los leninistas no pueden determinar automáticamente su posición en una guerra entre dos regímenes burgueses, desde su nivel de desarrollo relativo o subdesarrollo. En la mezquina guerra de las Malvinas/Falklands de 1982, en la que la soberanía de Argentina no fue en ningún momento el problema, los leninistas llamaron a que los obreros “dieran vuelta a sus armas” para lograr una derrota revolucionaria para ambas partes.
3. Sobre el guerrillerismo
Nuestra estrategia revolucionaria es la insurrección proletaria de masas. Rechazamos el guerrillerismo como una estrategia de orientación (aunque reconocemos que a veces puede tener un valor táctico suplementario), porque relega a la clase obrera, organizada y consciente políticamente, a un rol de espectador pasivo. Un movimiento guerrillero campesino, encabezado por intelectuales de la pequeña burguesía, no puede establecer el poder político de la clase obrera, no importa cual sea la intención subjetiva de su liderato.
En varias ocasiones desde el final de la Segunda Guerra Mundial se ha demostrado que, dadas unas circunstancias objetivas favorables, estos movimientos pueden arrebatar de forma exitosa propiedades capitalistas. Pero debido al hecho de que no están basadas en la movilización de la clase obrera organizada, el mejor resultado que esas luchas pueden dar es el establecimiento de regímenes nacionalistas, burocráticos, cualitativamente idénticos al producto de la degeneración estalinista de la Revolución Rusa (por ej., Yugoslavia, Albania, Corea, Vietnam y Cuba). Estos “Estados obreros deformados” requieren revoluciones políticas proletarias suplementarias, para abrir el camino al desarrollo socialista.
4. La opresión especial: el problema negro, el problema de la mujer
La clase obrera está profundamente dividida sobre temas como racismo, sexualidad, nacionalismo y otras líneas. Sin embargo, racismo, chauvinismo nacional y sexismo son formas de comportamiento programados socialmente y no genéticamente. No importa cual sea su nivel de conciencia. Los trabajadores del mundo tienen una cosa crucial en común: no pueden mejorar fundamentalmente su situación, como clase, sin destruir la base social de toda opresión y explotación de una vez por todas. Esta es la base material para la afirmación marxista de que el proletariado tiene como su misión histórica la eliminación de la sociedad de clases, y con esto, la extirpación de todas las formas de opresión “especial” o ajena a la clase.
En los Estados Unidos, la lucha por el poder de los trabajadores está ligada inextricablemente a la lucha por la liberación negra. La división racial entre los trabajadores negros y blancos, ha sido históricamente el obstáculo primario a la conciencia de clase. Los negros norteamericanos no son una nación sino una capa de raza o color segregada a la parte más inferior de la sociedad, y concentrada principalmente en la clase obrera, particularmente en sectores estratégicos del proletariado industrial. Brutalizados, abusados y sistemáticamente discriminados en la “tierra de los libres”, la población negra ha sido históricamente inmune al patriotismo racial imperialista, que ha envenenado a mucho proletariado blanco. Los trabajadores negros han demostrado generalmente ser la sección de la clase más militante y combativa. La lucha por la liberación de los negros -contra la brutalidad del racismo cotidiano en la vida de la capitalista América- es central a la construcción de la vanguardia revolucionaria en el continente norteamericano. La lucha contra la opresión especial de las otras minorías nacionales, lingüísticas y raciales, particularmente la creciente población latina, es un problema que será la llave a la revolución norteamericana.
La opresión de las mujeres está materialmente enraizada en la existencia de la familia nuclear: la unidad básica e indispensable de la organización social burguesa. La lucha por la igualdad social completa para la mujer es de una importancia estratégica en cada país del globo. Una forma de opresión especial es la que viven los homosexuales, quienes son perseguidos por no pertenecer al molde del rol sexual dictado por la familia nuclear “normal.” El asunto sobre la homosexualidad no tiene la importancia estratégica del de la mujer, pero la vanguardia comunista debe proteger los derechos democráticos de los homosexuales y oponerse a cualquier discriminación dirigida hacia ellos.
En los sindicatos, los comunistas hacen campaña para lograr igual acceso a todos los trabajos, programas patrocinados por los sindicatos para reclutar y mejorar la situación de las mujeres y minorías en campos de trabajo “no tradicionales,” con igualdad de sueldo para el mismo tipo de trabajo para todos, y trabajo para todos. Al mismo tiempo defendemos el sistema de antigüedad como una adquisición del movimiento sindical y nos oponemos a disposiciones antisindicalistas, de despidos preferenciales. Es responsabilidad histórica de la vanguardia comunista luchar para unir la clase trabajadora con sus intereses de clase en común, atravesando divisiones artificiales promovidas en sociedades capitalistas. Hacer esto significa avanzar los intereses de los más explotados y oprimidos, y luchar constantemente contra toda manifestación de discriminación e injusticia.
Los sectores oprimidos de la población no pueden liberarse por sí mismos independientemente del proletariado revolucionario, es decir, dentro del marco social que originó y perpetuó su opresión. Como dijera Lenin en “El Estado y la Revolución”:
“Solamente el proletariado por el rol económico que juega en la producción a gran escala-es capaz de ser el líder de todas las masas explotadas, a la cual la burguesía, explota, oprime y aplasta a veces más que al proletariado, pero que son incapaces de librar una lucha independiente por su emancipación. “
Vivimos en una sociedad de clases y el programa de cada movimiento social debe, en su análisis final, representar los intereses de una de las dos clases con la capacidad de gobernar a la sociedad: el proletariado o la burguesía. En los sindicatos, la ideología burguesa toma la forma de un economicismo estrecho; en el movimiento de los oprimidos se manifiesta como sectorialismo. Lo que tienen en común el nacionalismo negro, el feminismo y otras formas de ideología sectorialista, es el hecho de que todos tienen las raíces de la opresión en algo diferente del sistema capitalista de propiedad privada.
La orientación estratégica de la vanguardia marxista hacia organizaciones sectorialistas “independientes” (multiclasistas) de los oprimidos, debe ser la de apoyar la diferenciación interna en sus componentes de clase. Esto implica una lucha para ganar la mayor cantidad de individuos posible a la perspectiva de la revolución proletaria y a la necesidad consiguiente de un partido de vanguardia integrado.
5. La cuestión nacional y los ‘pueblos mezclados”
“EI marxismo no puede ser reconciliado con el nacionalismo, ni siquiera en su forma “más justa,” “pura”, refinada y civilizada. En vez de hacer avanzar el nacionalismo, el marxismo avanza al internacionalismo.”
-V.I. Lenin, “Comentarios críticos sobre la cuestión nacional”
Marxismo y nacionalismo son dos puntos de vista mundiales opuestos. Nosotros mantenemos el principio de la igualdad de las naciones, y nos oponemos a cualquier privilegio para cualquier nación. Al mismo tiempo los marxistas rechazan toda forma de ideología nacionalista, y en palabras de Lenin, aceptamos “cualquier tipo de asimilación de naciones, excepto a la que está fundada en la fuerza y el privilegio.” El programa leninista sobre la cuestión nacional es primeramente negativa, diseñada a quitar la cuestión nacional del orden del día y disminuir el interés del nacionalismo pequeño-burgués, a fin de plantear la cuestión de clase de una manera más rígida.
En casos “clásicos” de opresión nacional (como por ejemplo Quebec), abogamos por el derecho a la autodeterminación sin defender necesariamente su ejercicio. En los casos más complejos de dos pueblos entremezclados, o “interpenetrados” por medio de un territorio geográfico único (Chipre, Irlanda del Norte, Palestina/lsrael), el derecho abstracto de cada uno a la autodeterminación no puede realizarse equitativamente dentro del marco de relaciones de propiedad capitalista. Sin embargo, en ninguno de estos casos se pueden equiparar al pueblo opresor con los blancos en África del Sur o los colonos franceses en Argelia, por ej. la clase colonizadora privilegiada dependiente de la sobreexplotación de la mano de obra indígena para mantener un nivel de vida cualitativamente más alto que el de la población oprimida.
Tanto los irlandeses protestantes como la población de habla hebrea en Israel son pueblos con diferencias de clase. Cada uno tiene una burguesía, una pequeña burguesía y una clase trabajadora. Contrariamente a los moralistas de clase media, los leninistas no apoyan simplemente el nacionalismo de los oprimidos (o las formaciones pequeñas burguesas que la abrazan). Hacerlo simultáneamente excluye la posibilidad de las contradicciones de clase reales en los rangos de los pueblos opresores y cementa la dominación de los nacionalistas sobre los oprimidos. Los proletarios de los pueblos predominantes no pueden nunca ser convertidos a una perspectiva nacionalista simplemente invirtiendo la relación de desigualdad corriente. Una parte importante de ellos puede ser convertida a un punto de vista no sectario de “clase contra clase” porque es en su interés objetivo.
La lógica de la capitulación al nacionalismo pequeño-burgués llevó a una parte de la izquierda a apoyar a los gobernantes árabes (la personificación de la así llamada “Revolución Árabe”) contra los israelíes en las guerras del Medio Oriente en 1948, 1967 y 1973. Esencialmente, estas fueron guerras intercapitalistas en las cuales los trabajadores y oprimidos de la región no tenían nada que ganar por la victoria de cualquiera de las partes. La posición leninista fue por lo tanto la de derrota en ambos lados. Tanto para los obreros árabes como hebreos, el principal enemigo se encontraba en su propio país. La guerra de 1956 fue distinta; en ella la clase obrera tenía una posición: con Nasser luchando contra los intentos de parte del imperialismo francés y británico (ayudado por los israelíes) de volverse a apropiar del Canal de Suez, recientemente nacionalizado.
Aunque opuestos al nacionalismo como principio, los leninistas no son neutrales en conflictos entre los pueblos oprimidos y la maquinaria opresora del estado. En Irlanda del Norte exigimos la retirada inmediata e incondicional de las tropas británicas y defendemos los ataques del Ejército Republicano Irlandés a objetivos imperialistas como la Royal Ulster Constabulary, el ejército británico o el hotel lleno de ministros del partido conservador en la ciudad de Brighton. De manera similar, nos ponemos militarmente del lado de la Organización para la Liberación de Palestina contra las fuerzas del Estado israelita. No defendemos en ningún caso los actos terroristas contra las poblaciones de civiles, a pesar de que el terrorismo criminal sionista contra los palestinos, y el terrorismo del ejército británico y sus aliados protestantes contra los católicos de Irlanda del norte son actos de terrorismo mucho mayores que los actos públicos de terrorismo por parte de los oprimidos.
6. Inmigración y emigración
Los leninistas apoyan los derechos básicos democráticos de cualquier individuo de emigrar a cualquier país del mundo. Como en el caso de otros derechos democráticos, esto no es un tipo de imperativo categórico. Nosotros no favoreceríamos, por ejemplo, la emigración de cualquier individuo que pudiera causar peligro a la seguridad militar de un estado obrero degenerado o deforme. El derecho de la inmigración individual, si es ejercida a una escala suficientemente importante, puede entrar en conflicto con el derecho a la autodeterminación para una nación pequeña. Por lo tanto, los trotskistas no piden “fronteras abiertas” como una exigencia programática en general. En Palestina, durante los años 1930 y 1940, por ejemplo, la inmigración masiva por parte de los sionistas estableció la base para una expulsión forzosa del pueblo palestino de su propio país. Nosotros no reconocemos el “derecho” de migraciones Han ilimitadas al Tibet, como tampoco de ciudadanos franceses a Nueva Caledonia.
La demanda de “fronteras abiertas” es generalmente abogada por atolondrados bien intencionados liberal-radicales, motivados por un deseo utópico de rectificar las desigualdades por el orden mundial imperialista. Pero una revolución socialista mundial y no la migración masiva es la solución marxista a la miseria y las privaciones de la mayoría de la humanidad bajo el capitalismo.
En los Estados Unidos defendemos a los trabajadores mexicanos apresados por la “migra”. Nos oponemos a las cuotas de inmigración, a las redadas y a las deportaciones de los obreros inmigrantes. En los sindicatos peleamos por el derecho inmediato e incondicional de ciudadanía para todos los trabajadores nacidos en el extranjero.
7. El centralismo democrático
Una organización revolucionaria debe estar estrictamente centralizada, con sus cargos dirigentes dotados de autoridad total para dirigir el trabajo de los órganos inferiores y miembros. La organización debe de tener un monopolio político sobre las actividades políticas públicas de sus miembros. La militancia debe tener la garantía del derecho de una democracia faccionaria (es decir, el derecho de llevar a cabo luchas políticas internas para cambiar la línea y/o reemplazar a los dirigentes presentes). La democracia interna no es un adorno ni tampoco una válvula de escape para aliviar las presiones, sino que es una necesidad indispensable y crítica para la vanguardia revolucionaria, si va a dominar los desarrollos complejos de la lucha de clases. Es también el medio más importante por el cual se crean los cuadros revolucionarios. El derecho a una democracia fraccionaria, el derecho a la lucha contra el revisionismo en la vanguardia, es, la única “garantía” contra la degeneración política de una organización revolucionaria.
Los intentos de quitar importancia a serios desacuerdos y confundir líneas de demarcación política internamente solamente puede debilitar y desorientar a un partido revolucionario. Una organización unida por la diplomacia, el denominador común más bajo de consenso y la ambigüedad programática (en vez de acuerdos programáticos de principios y de la lucha por la claridad política) sólo necesita la primera prueba de la lucha de clases para deshacerse. También organizaciones en las que la expresión de diferencias es prohibida, ya sean formalmente como informalmente, están destinadas a osificarse en rígidas y jerárquicas sectas sin vida, divorciadas del movimiento vital de los trabajadores e incapaz de producir el mando necesario para ejecutar las tareas de la vanguardia revolucionaria..
8. Frentes populares
“La cuestión de las cuestiones es presentemente el Frente Popular. Los del centro izquierda intentan plantear esta pregunta como una maniobra táctica y técnica, con el fin de vender sus mercancías a la sombra del Frente Popular. En realidad, el Frente Popular es la cuestión más importante de la estrategia de la clase proletaria en esta época. También ofrece el mejor criterio para las diferencias entre bolchevismo y menchevismo. ‘
-Trotsky, “El POUM Y el Frente Popular,”1936
El frentismo popular (es decir, bloques programáticos, generalmente para ejercer el gobierno, entre organizaciones de trabajadores y representantes de la burguesía) es una traición de clase. Los revolucionarios no pueden apoyar a los participantes en los frentes populares, no importa cuán “crítica” sea la situación.
La táctica de apoyo electoral crítico a partidos reformistas de trabajadores tiene su premisa en la contradicción inherente en tales partidos, entre su programa burgués (reformista) y su base de clase obrera. Cuando un partido social-democrático o estalinista entra en una coalición o bloque electoral con formaciones burguesas o pequeño burguesas, esta contradicción pasa a ser efectivamente suprimida durante la vida de la coalición. Un miembro de un partido reformista que se presenta a elección con una plataforma de coalición de colaboración de clases (o frentes populares) se presenta en realidad como un representante de una formación política burguesa. Así se excluye la posibilidad de una aplicación de una táctica de apoyo crítico, porque la contradicción que intenta explotar, es suspendida. En vez, los revolucionarios deberían hacer como condición de apoyo electoral la ruptura de las coaliciones: “¡Abajo los ministros Capitalistas!”
9. Frentes unidos y “frentes unidos estratégicos”
El frente unido es una táctica con la cual revolucionarios tratan de acercarse a formaciones reformistas o centristas en situaciones donde se siente una necesidad urgente para una acción unida de parte de las bases. Es posible entrar en acuerdos de frentes unidos con la pequeña burguesía o formaciones burguesas donde hay un acuerdo episódico sobre un asunto en particular y cuando es en el interés de la clase obrera de actuar de esa manera (como ejemplo, el frente unido bolchevique con Kerensky contra Kornilov). El frente unido es una táctica que no está diseñada únicamente para cumplir un objetivo común sino también para demostrar en la práctica la superioridad del programa revolucionario y de esa manera ganar nueva influencia y adherentes para la organización de vanguardia.
Los revolucionarios nunca ceden la responsabilidad de la dirección revolucionaria a una alianza (o frente unido estratégico) con fuerzas centristas o reformistas. Los trotskistas nunca publican propaganda en común -declaraciones colectivas de perspectivas políticas–con revisionistas. Esta práctica es no solamente deshonesta sino también liquidacionista. El “frente unido estratégico” es una de las jugadas de los oportunistas, quienes, desesperados por su poca influencia, tratan de compensar a través de una disolución a un bloque más amplio en un programa del menor denominador común. En “Centrismo y la Cuarta Internacional” Trotsky explicaba que una organización revolucionaria se distingue de una centrista por sus “preocupaciones activas sobre la pureza de los principios, claridad de posición, consistencia política y perfección en su organización.” Es justamente esto lo que la estrategia del frente unido trata de destruir.
10. La democracia de los trabajadores y la línea de clase
Los marxistas revolucionarios, que se distinguen por el hecho de que les dicen a los obreros la verdad, solamente pueden obtener beneficios de confrontamientos políticos abiertos entre las distintas corrientes competitivas de la izquierda. Sucede de otra manera con los reformistas y centristas. Los estalinistas, los social-demócratas, los burócratas sindicales y otros mentirosos de la clase trabajadora se achican cuando se ven enfrentados a críticas revolucionarias e intentan anticiparse a la discusión y debate político con exclusiones y actitudes típicas de gangsters.
Nos oponemos a la violencia y a la exclusión dentro de los movimientos de izquierda y obreros. También nos oponemos al uso de la violencia “menor”, como la difamación, que va de la mano o prepara el camino a los ataques físicos. La difamación y la violencia dentro del movimiento obrero son completamente ajenos a las tradiciones del marxismo revolucionario, porque están deliberadamente diseñados para destruir la toma de conciencia, condición previa para la liberación del proletariado.
11. El estado y la revolución
La cuestión del estado ocupa un lugar central en la teoría revolucionaria. El marxismo enseña que el Estado capitalista (en último término “cuerpos especiales de hombres armados” dedicados a defender la propiedad burguesa) no puede ser tomado y ponerlo al servicio de los intereses de la clase trabajadora. La dirección de la clase obrera puede ser establecida únicamente a través de la destrucción de la maquinaria burguesa existente, y su reemplazo con instituciones comprometidas a la defensa de la propiedad proletaria.
Nos oponemos categóricamente a asimilar el Estado burgués, no importa bajo que forma, en el interior del movimiento obrero. Los marxistas se oponen a todos aquellos sindicalistas “reformistas”, que traten de obtener compensación de la corrupción burocrática en los foros capitalistas. ¡El movimiento obrero debe limpiar su propia casa! Igualmente, exigimos la expulsión de todos los policías y funcionarios de prisiones del movimiento sindical.
El deber de los revolucionarios es el de enseñar a la clase obrera que el Estado no es un árbitro imparcial entre intereses sociales que compiten, sino que es un arma empuñada contra ellos por los capitalistas. Por consiguiente, los marxistas se oponen a esas llamadas reformistas utópicas a que el Estado burgués “prohíba” a los fascistas. Este tipo de leyes son usadas invariablemente con mucha más agresividad contra el movimiento obrero y contra la izquierda que contra la basura fascista, que constituye las tropas de choque de la reacción capitalista. La estrategia trotskista de luchar contra el fascismo no es la de apelar al Estado burgués, sino la de movilizar el poder de la clase obrera y de los oprimidos, para una acción directa para aplastar los movimientos fascistas en su estado embrionario antes de que sean capaces de crecer. Como Trotsky observara en el Programa de Transición, “La lucha contra el fascismo no empieza en la oficina de una editorial liberal sino en la fábrica, y termina en la calle.”
Los leninistas rechazan toda noción de que las tropas imperialistas tengan un rol progresista en ningún lugar, ya sea “protegiendo” a niños negros escolares en el sur de los Estados Unidos, “protegiendo” a la población católica en Irlanda del Norte o “manteniendo la paz” en el Medio Oriente. Tampoco presionamos a los imperialistas para que actúen de una forma “moral” quitando o imponiendo sanciones en África del Sur. Por el contrario, argumentamos que los poderes del “Mundo Libre” están fundamentalmente unidos con el régimen racista de apartheid, en defensa de la “derecha” para superexplotar a los obreros negros. Nuestra respuesta es movilizar el poder de la clase obrera internacional en actos de solidaridad de luchas de clase con los trabajadores negros de África del Sur.
12. La Cuestión Rusa
“¿Que es la estalinofobia? ¿Es el odio al estalinismo, miedo a la ‘sífilis del movimiento laboral’ o un rechazo irreconciliable a tolerar cualquier manifestación de éste en el partido? No, en absoluto…
“¿Es la opinión de que el estalinismo no es el líder de la revolución internacional, sino su enemigo mortal? No, eso no es estalinofobia; eso es lo que Trotsky nos enseñó, lo que nosotros aprendimos de nuestra experiencia del estalinismo, y lo que sentimos en nuestros huesos.
“El sentimiento de odio y miedo al estalinismo, con sus estados policiales y sus esclavos en campos de trabajo, sus emboscadas y sus asesinatos de sus opositores obreros, es un sentimiento sano, natural, normal y progresista. Este sentimiento solamente se equivoca cuando nos lleva a una reconciliación con el imperialismo norteamericano, y a la tarea de luchar contra el estalinismo a ese mismo imperialismo. En el lenguaje de Trotsky, eso y nada más que eso es estalinofobia.”
-James P. Cannon “Stalinist Conciliationism and Stalinophobia”, 1953
Creemos y nos mantenemos en la defensa incondicional de las economías colectivizadas del Estado obrero degenerado soviético y los Estados obreros deformados de Europa del Este, Vietnam, Laos, Camboya, China, Corea del Norte y Cuba, contra la restauración del capitalismo. Pero no perdemos de vista ni por un momento el hecho de que solamente revoluciones políticas proletarias, que derroquen a los burócratas antiobreros traicioneros que gobiernan estos Estados, pueden garantizar los beneficios logrados hasta la fecha y abrir el camino al socialismo.
La victoria de la facción estalinista en la Unión Soviética en los años 1920 bajo la bandera del “socialismo en un solo país” fue coronada con el exterminio físico de los dirigentes del partido leninista una década más tarde. La perspectiva de una rebelión proletaria a fin de volver a establecer un mando político directo de la clase trabajadora, está por lo tanto inextricablemente ligada a la defensa de las economías colectivizadas.
La cuestión rusa se ha planteado más agudamente en los últimos años en relación con dos eventos: la supresión del sindicato Solidaridad en Polonia y la intervención por parte del ejército soviético en Afganistán. Estamos del lado de los estalinistas en cuanto se refiere a lo militar, contra ambos, los capitalistas-restauracionistas de Solidaridad y los feudalistas islámicos que luchan para mantener la esclavitud de la mujer en Afganistán. Esto no significa que los burócratas estalinistas tengan algún rol progresista histórico que jugar. Por el contrario. De todas maneras, defendemos las acciones (como la supresión en diciembre de 1981 de Solidaridad) que se vieron obligados a tomar en defensa de las formas de propiedad colectivizada.
13. ¡Por el renacimiento de la Cuarta Internacional!
“El trotskismo no es un movimiento nuevo, una nueva doctrina, sino la restauración, el renacimiento del marxismo genuino tal como fuera expuesto y practicado en la Revolución Rusa y en los primeros días de la Internacional Comunista.”
-James P. Cannon, “La Historia del Trotskismo Americano”
El trotskismo es el marxismo revolucionario de nuestro tiempo, la teoría política derivada de la experiencia destilada de más de un siglo y medio de comunismo proletario. Fue verificado en sentido positivo durante la Revolución de Octubre en 1917, el evento más importante de la historia contemporánea, y desde entonces, negativamente. Tras la estrangulación burocrática del partido bolchevique y el Comintern por los estalinistas, la tradición del leninismo -la práctica y el programa de la Revolución Rusa- fue llevada adelante solamente por la Oposición de Izquierda.
El movimiento trotskista nació en lucha por un internacionalismo revolucionario contra el concepto reaccionario/utópico del “socialismo en un solo país.” La necesidad de organización revolucionaria a nivel internacional está derivada de la misma organización de la producción capitalista. Los revolucionarios en cada territorio nacional deben de estar guiados por una estrategia que sea internacional en su dimensión, y que pueda ser elaborada por medio de la construcción de una dirección internacional de la clase obrera. Al patriotismo de la burguesía y a sus lacayos socialdemócratas y estalinistas, los trotskistas les contestan de esta manera con el slogan inmortal de Karl Liebnecht: “El peor enemigo está en casa.” Nosotros apoyamos las posiciones programáticas básicas adoptadas por la conferencia fundadora en 1938 de la Cuarta Internacional y las tradiciones revolucionarias de Marx, Engels, Lenin, Luxemburg y Trotsky.
Los dirigentes de la Cuarta Internacional fuera de América del Norte fueron aniquilados en gran parte o dispersados durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. La Internacional fue definitivamente destruida políticamente por el revisionismo Pablista a principios de los años 50. No somos neutrales en la división que ocurrió entre los años 1951 y 1953, nosotros estamos del lado del Comité Internacional (CI) contra el Secretariado Internacional Pablista (SI). La lucha del CI tenía errores profundos tanto en su estructura política como en su ejecución. Sin embargo, en el análisis final, el impulso del CI a resistirse a la disolución del mando trotskista en los partidos estalinistas y socialdemócratas (como fuera propuesto por Pablo) y su defensa de la necesidad de una conciencia del factor histórico, lo hicieron cualitativamente superior a los liquidacionistas del Secretariado Internacional.
Dentro de la Internacional la sección más importante fue la del Socialist Workers Party norteamericano (SWP). También era la sección más fuerte en la época de la fundación de la Internacional. Se había beneficiado de la directa colaboración de Trotsky y tenía cuadros dirigentes que tenían su origen en los primeros años de la Comintern. El colapso político del SWP como organización revolucionaria, señalada por su entusiasmo acrítico por el castrismo en los años 60 y culminando en su defección a los Pablistas en 1963, fue un golpe enorme para los trotskistas.
Somos solidarios con la lucha de la Tendencia Revolucionaria del SWP (antecesora de la Liga Espartaquista), que defiende el programa revolucionario contra el objetivismo centrista de la mayoría. Nos basamos en las posiciones trotskistas defendidas y elaboradas por la Liga Espartaquista revolucionaria en los años subsiguientes. Sin embargo, bajo la presión de dos décadas de aislamiento y frustración, la Liga Espartaquista ha ido degenerándose cualitativamente en un grupo grotescamente burocrático y un grupo de bandidos políticos, quienes a pesar de una capacidad residual para tener una pose literaria “ortodoxa,” han demostrado una consistente tendencia a achicarse bajo presión. La “tendencia internacional espartaquista” hoy no es políticamente superior en ningún sentido importante, a cualquiera de las docenas de falsos trotskistas “internacionalistas” que dicen ser parte de la Cuarta Internacional.
El fraccionamiento de varios de los pretendientes históricos de la continuidad trotskista, y las dificultades y movimientos hacia la derecha del resto abren un período fértil para la reevaluación y realineamiento entre aquellos que no creen que el camino al socialismo se halla en el Partido Laborista Británico, en la Solidaridad capitalista y restauracionista de Lech Walesa o en el frente popular chileno. Queremos urgentemente participar en un proceso de reagrupamiento internacional de cuadros revolucionarios sobre la base programática de un trotskismo auténtico, como paso hacia el renacimiento de la Cuarta Internacional, el Partido Mundial de la Revolución Socialista.
“Basados en una larga experiencia histórica, se puede escribir como ley, que los cuadros revolucionarios que se rebelan contra su medio ambiente social y organizan partidos que llevan a una revolución, pueden -si la revolución es retrasada- degenerar ellos mismos bajo la constante influencia y presiones de ese mismo medio ambiente…”
“Pero la misma experiencia histórica también demuestra que hay excepciones a esta ley. Las excepciones son los marxistas que continúan siendo marxistas, los revolucionarios que son fieles a su bandera. Las ideas básicas del marxismo, la única forma de crear un partido revolucionario, son de aplicación continua y lo han sido así por 100 años. Las ideas del marxismo, que crean partidos revolucionarios, son más fuertes que los partidos que crean, y nunca fallan en sobrevivir su derrumbe. Nunca dejan de encontrar representantes en viejas organizaciones que serán líderes en el trabajo de reconstrucción.
“Estos son los continuadores de la tradición, los defensores de la doctrina ortodoxa. La tarea de los revolucionarios no corruptos, obligados por circunstancias a trabajar en la reconstrucción de las organizaciones, nunca ha sido proclamar una nueva revelación; (nunca han faltado estos mesías, y todos han desaparecidos en el barullo) sino restaurar el antiguo programa y ponerlo al día.”
-James P. Cannon, “Los Primeros Diez Años del Comunismo Americano”