Sobre la ‘Asamblea Constituyente Revolucionaria’

Carta a los izquierdistas franceses

L0 siguiente es una traducción de una carta enviada a Courant Communiste Révolutionnaire (parte de la Plataforma 4 del Nouveau Parti Anticapitaliste francés y simpatizantes de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional) en la que se abordan las perspectivas del Movimiento 15M español (también conocido como el movimiento de los indignados), que proporcionaría más tarde una especie de modelo el posterior movimiento “Occupy Wall Street”.

11 de agosto de 2011

Camaradas,

Hemos leído con interés el número 1 de Révolution Permanente (junio de 2011), revista de la Courant Communiste Révolutionnaire (CCR) del NPA, así como el número 8 de Stratégie Internationale (junio de 2011), publicado por los partidarios de la Fraction Trotskyste-Quatrième Internationale (FT-QI) dentro del CCR. Nos encontramos globalmente de acuerdo con el artículo de Juan Chingo, “Leçons politiques et stratégiques de ‘l’automne français’ ” en Stratégie Internationale, que parece un análisis serio del papel traicionero de la burocracia sindical en el sabotaje de la resistencia obrera al ataque de Sarkozy a las pensiones el pasado otoño.

Sin embargo, sigue habiendo diferencias importantes que creemos necesario aclarar. Una cuestión crucial es la perspectiva sobre el movimiento 15M en España. Los socialistas revolucionarios tienen claramente el deber de intervenir en el movimiento 15M a pesar de que no está centrado en el proletariado y sus demandas no son de carácter socialista. El hecho de que la juventud, los trabajadores y elementos de la clase media hayan abrazado el utópico llamamiento pequeñoburgués a la “democracia real” como respuesta al desempleo masivo y otras consecuencias devastadoras de la crisis capitalista mundial refleja la bancarrota de las direcciones existentes (sindicales y partidistas) del movimiento obrero. Los marxistas intervienen entre las masas para convencerlas de la necesidad de orientarse hacia la revolución socialista.

Como defensores de los derechos democrático-burgueses, defendemos el derecho de las naciones a la autodeterminación, exigimos plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes, apoyamos las reivindicaciones de representación proporcional en el parlamento y pedimos la abolición de la monarquía. También apoyamos las luchas de las masas para mejorar sus vidas, por ejemplo, la lucha por salarios más altos. Sin embargo, como marxistas, no sembramos ilusiones a que las reformas puedan resolver los problemas fundamentales creados por el capitalismo. Por el contrario, buscamos trazar una línea de clase nítida y presentar un programa que pueda ayudar a preparar a la clase obrera para luchar por el poder. Como explicó León Trotsky en el Programa de Transición:

“La IV Internacional no descarta el programa de las viejas reivindicaciones ‘mínimas’ en la medida en que éstas han conservado al menos parte de su fuerza vital. Defiende infatigablemente los derechos democráticos y las conquistas sociales de los trabajadores. Pero lleva a cabo este trabajo cotidiano en el marco de la perspectiva real correcta, es decir, revolucionaria. En la medida en que las viejas y parciales reivindicaciones “mínimas” de las masas chocan con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente -y esto ocurre a cada paso-, la IV Internacional avanza un sistema de reivindicaciones transitorias, cuya esencia está contenida en el hecho de que se dirigirán cada vez más abierta y decididamente contra las bases mismas del régimen burgués. El viejo ‘programa mínimo’ es sustituido por el programa de transición, cuya tarea reside en la movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria”.

Esta orientación estratégica básica -el programa de transición para el poder obrero- persigue vincular las necesidades y aspiraciones inmediatas de las masas con la necesidad de un Estado obrero y una economía socialista planificada. A diferencia de una estrategia “estatista” estalinista o socialdemócrata, el programa de transición tiende un “puente entre las reivindicaciones actuales y el programa socialista de la revolución” (Ibíd.).

En “L’irruption de la jeunesse provoque les premières fissures dans le regime issu du francquisme” (una declaración sobre el movimiento 15M publicada originalmente por los camaradas españoles de la FT-QI en Clase contra Clase nº 25 [junio de 2011]), Santiago Lupe defiende la construcción de un partido obrero revolucionario que dirija la lucha por una república obrera. Sin embargo, la perspectiva estratégica que esboza es inadecuada para esas tareas. Lupe escribe:

“A través de la lucha, debemos imponer un proceso constituyente en todo el Estado español, una Asamblea Constituyente Revolucionaria, formada por representantes, elegidos por cada cierto número de habitantes, donde discutiremos cómo resolver todas las cuestiones democráticas y todas nuestras necesidades económicas y sociales. Esta solución democrática radical, que miles de personas ya estamos exigiendo en las calles, sólo la podemos conquistar con nuestra lucha. Los partidos de la patronal y la monarquía se van a defender con uñas y dientes para impedirlo, por eso este proceso sólo puede iniciarse, por los que luchan, sobre las ruinas del actual régimen, por un gobierno provisional formado por los trabajadores y los grupos en lucha que derribe el régimen heredado de Franco e imponga una república obrera.”

Aunque planteada de forma muy izquierdista, pensamos que la exigencia de una “asamblea constituyente revolucionaria” en España representa hoy una adaptación política a las ilusiones del movimiento 15M en la necesidad de una reforma democrático-burguesa. Si las masas hicieran suya esta demanda, no hay razón para esperar que abra automáticamente la puerta a una lucha por el poder obrero; en cambio, podría dar a los estalinistas y otros reformistas la oportunidad de desviar la ira popular hacia el regateo sobre la forma y el contenido de dicha asamblea, que sin duda tratarían como una “etapa” necesaria previa a la transición al régimen socialista. Trotsky observó, en relación con los países coloniales y semicoloniales, que “es imposible limitarse a rechazar el programa democrático: es imperativo que en la lucha las masas lo superen. La consigna de una Asamblea Nacional (o Constituyente) conserva toda su fuerza para países como China o la India” (op. cit.). Y continúa:

“El peso relativo de cada una de las reivindicaciones democráticas y transitorias en la lucha del proletariado, sus vínculos mutuos y su orden de presentación, están determinados por las peculiaridades y las condiciones específicas de cada país atrasado y, en gran medida, por su grado de atraso. Sin embargo, la tendencia general del desarrollo revolucionario en todos los países atrasados puede determinarse mediante la fórmula de la revolución permanente en el sentido que le dieron definitivamente las tres revoluciones en Rusia (1905, febrero de 1917, octubre de 1917).”

Tanto en los países neocoloniales como en los imperialistas, donde la población no tiene experiencia reciente de democracia burguesa, las masas suelen hacerse ilusiones de que más “democracia” aliviará sus penurias. Las ilusiones democrático-burguesas están muy extendidas en las sociedades capitalistas “normales”, pero en situaciones de creciente enfado de las masas con la irracionalidad del sistema de beneficios, los marxistas tienen la oportunidad de romper las ilusiones en la posibilidad de una reforma significativa bajo el dominio continuado de la burguesía.

Bajo dictaduras militares, regímenes fascistas, monarquías absolutas, etc., los trabajadores a menudo piensan que la vida bajo la democracia liberal sería cualitativamente mejor. En los países económicamente atrasados, donde la cuestión de la tierra y otras tareas de la revolución democrático-burguesa no han sido resueltas, el deseo de “democracia” domina a menudo las aspiraciones de las masas. En tales situaciones, es deber de los marxistas explicar que sólo la clase obrera, líder natural de todas las capas sociales oprimidas, tiene tanto el interés material como el poder social para abordar con éxito estas cuestiones. Durante el levantamiento contra Mubarak en Egipto a principios de este año, se planteó claramente la cuestión de la asamblea constituyente, como señalamos:

“Muchos de los que han sufrido bajo Mubarak imaginan que unas elecciones libres resolverán sus problemas. Algunos han pedido una asamblea constituyente para redactar una nueva constitución democrática. Los marxistas apoyan el anhelo de democracia de las masas, al tiempo que insisten en que una asamblea constituyente capaz de barrer el régimen autocrático requiere el derrocamiento revolucionario del régimen actual. La cuestión fundamental que se plantea hoy en Egipto es qué clase gobernará. Para avanzar, la revuelta contra Mubarak debe empezar a crear instituciones que permitan a los trabajadores y a los pobres ejercer su voluntad. Un paso esencial es crear nuevos sindicatos independientes de la patronal y de su Estado. También es necesario crear consejos de delegados de diferentes lugares de trabajo y barrios obreros de todo el país, como hicieron los trabajadores rusos en las revoluciones de 1905 y 1917.”
– “Revuelta de masas en Egipto“, 1917 No.33

En nuestra opinión, el llamamiento a una asamblea constituyente es inaplicable en España hoy, porque la población ha experimentado la democracia burguesa durante una generación. Como se señala, el régimen actual “surgió del franquismo”, pero a pesar de ello es cualitativamente similar al de otras sociedades democrático-burguesas. La tarea de los revolucionarios españoles en el contexto actual es explicar que la “democracia real” que puede acabar con el desempleo y satisfacer las necesidades de las masas no puede ser otra que una república obrera. Tu sugerencia de que una asamblea constituyente revolucionaria podría producir por sí misma una república obrera -sugerencia sin duda dirigida a conseguir más fácilmente una audiencia de aquellos que están en las garras de los prejuicios pequeñoburgueses que prevalecen actualmente en el movimiento 15M- tiende a confundir las cosas al confundir el carácter de clase de las dos instituciones. Una asamblea constituyente no es un órgano proletario, sino más bien una expresión de la lucha democrático-burguesa que el proletariado podría tener que asumir y tratar de dirigir en el camino hacia el establecimiento del gobierno de los consejos obreros, es decir, los soviets. En el mejor de los casos, una asamblea constituyente, dominada por el partido socialista revolucionario, puede respaldar un gobierno soviético, contribuyendo así a neutralizar la resistencia de la pequeña burguesía.

Conocemos varios casos en los que camaradas de la FT-QI han propuesto asambleas constituyentes revolucionarias cuando ya existe una democracia burguesa en funcionamiento. Por ejemplo, en 2001, sus camaradas bolivianos escribieron:

“Los marxistas revolucionarios de la LOR-CI apoyamos las aspiraciones democráticas del movimiento de masas, pero a diferencia de todos estos sectores, sostenemos que no puede haber ninguna Asamblea Constituyente capaz de satisfacer las necesidades de los trabajadores y el pueblo oprimido de Bolivia-si es convocada por el actual gobierno y régimen político….[L]uchamos por una Asamblea Constituyente convocada por un gobierno provisional de organizaciones obreras, construido sobre las ruinas de la caída revolucionaria del actual régimen….”.
Estrategia Internacional Nº17, Abril 2001

Usted señaló que las masas campesinas habían entrado en la escena política frustradas por las insuficiencias de la democracia burguesa que había existido durante una década y media en Bolivia. Fue el deseo de estas masas de una asamblea constituyente lo que le llevó a adoptar la consigna como suya, y a intentar justificar su posición con referencia a la tradición bolchevique-leninista:

“Fue la comprensión de Lenin y Trotsky de esta situación lo que les llevó a luchar por reivindicaciones democráticas formales, no sólo en países semicoloniales carentes de tradición parlamentaria como Rusia en 1917 o China de 1927 a 1929, sino también en países con una larga tradición como Francia en 1934 (véase León Trotsky, ‘Un programa de acción para Francia’, 1934).”
-Ibid.

En la lectura de “Un programa de acción para Francia” (y otras obras de Trotsky de la época), no podemos encontrar ningún ejemplo en el que abogue por una asamblea constituyente revolucionaria en Francia, en donde la democracia burguesa estaba entonces bajo el ataque de las fuerzas derechistas. Trotsky sí avanzó varias demandas democráticas, incluyendo la abolición del senado y la presidencia en favor de una asamblea legislativa única elegida sobre una base democrática. Éstas son demandas apoyables que, como la representación proporcional, defienden los marxistas. Sin embargo, las propuestas de Trotsky no se centraban en hacer reivindicaciones democrático-burguesas; la perspectiva que esbozaba era la de crear órganos de dominio proletario:

“Constituidos como órganos de defensa popular contra el fascismo, estos comités de alianza obrera y estos comités campesinos deben convertirse, en el curso de la lucha, en organismos elegidos directamente por las masas, en órganos de poder de los obreros y los campesinos. Sobre esta base se erigirá el poder proletario en oposición al poder capitalista, y triunfará la Comuna Obrera y Campesina.”

En 2002, en Argentina (un país con un sistema democrático-burgués), volvisteis a exigir una asamblea constituyente revolucionaria: “como revolucionarios marxistas, planteamos la exigencia de una Asamblea Constituyente Revolucionaria después de las jornadas de diciembre para diferenciarla de las versiones ‘democráticas’, incluso las más ‘radicales’ que el régimen burgués pudiera adoptar para sobrevivir” (Estrategia Internacional No.18, febrero 2002). Pensamos que, en esta situación, los marxistas deberían haberse opuesto a todos los intentos de los reformistas de desviar una crisis potencialmente revolucionaria hacia una discusión sobre la mejor manera de reacondicionar los mecanismos de la república burguesa. Plantear el llamamiento a una asamblea constituyente en un país donde la democracia burguesa había existido durante casi dos décadas sólo podía confundir las cosas, como señalamos en su momento:

“La tarea clave de los trotskistas en la Argentina de hoy es luchar por forjar una dirección revolucionaria basada en un programa de independencia política proletaria de todas las alas de la burguesía. La influencia del peronismo (populismo nacionalista burgués) dentro del movimiento obrero argentino no puede combatirse con intentos de proyectar las demandas de una asamblea constituyente como el camino hacia un gobierno obrero. Esto sólo puede crear confusión y ayudar a preparar el terreno para la derrota.”
-“‘Embotando el filo de la crítica revolucionaria'”, reimpreso en 1917 Nº 25, 2003

En nuestra opinión, el trabajo de los revolucionarios en España hoy no es presentar el programa socialista como una especie de alternativa democrática radical, sino avanzar en una perspectiva proletaria dirigida a movilizar por el poder obrero.

Saludos trotskistas,
Josh Decker, para la Tendencia Bolchevique Internacional