Los marxistas y el Estado
Michael Wainwright
Durante los últimos dos años y medio, mi participación en el Partido Socialista me ha proporcionado un considerable grado de competencia organizativa, la capacidad de intervenir en el movimiento obrero en su conjunto, así como el afán por educarme políticamente para enfrentarme con éxito al oportunismo y a todos los matices del reformismo.
Desde que me afilié mi conciencia ha cambiado radicalmente del reformismo de izquierdas a una perspectiva marxista revolucionaria. La necesidad de comprender políticamente la interconexión dialéctica entre los acontecimientos mundiales y la conciencia (así como las instituciones) de la clase obrera es de importancia fundamental para la lucha contra el capitalismo. Comprender conscientemente los preceptos básicos del marxismo-leninismo como perspectiva analítica orientadora para formular posiciones programáticas es una necesidad elemental para cualquier partido revolucionario.
A través de una revisión y evaluación bastante exhaustivas de la historia de nuestra organización y de su metodología desde 1964, me han preocupado una serie de contradicciones y omisiones, que me llevan a cuestionar la base teórica y práctica de nuestra política.
En una reciente relectura de nuestro panfleto “El socialismo en el siglo XXI” me he dado cuenta de algo en el capítulo 6 que no había observado bien la primera vez:
“Un gobierno socialista sólo podría defenderse si movilizara el apoyo activo de la clase obrera. Y sólo demostrando su poder en la práctica podría la clase obrera defender con éxito a su gobierno socialista democráticamente elegido”.
Pensaba que nuestra posición, como organización marxista, era que el establecimiento del poder de la clase obrera requería una revolución para crear un estado obrero, algo totalmente distinto a que los socialistas obtuvieran la administración del estado capitalista existente tras ganar una mayoría parlamentaria en unas elecciones burguesas.
La sección “¿Qué es el Estado?” de nuestro grupo de temas “¿Qué es el marxismo?” tiene un enfoque muy diferente al de “El socialismo en el siglo XXI”:
“La actitud básica del marxismo ante el Estado capitalista la resume Lenin en el mencionado ‘Estado y revolución’. Lenin señala que los revolucionarios marxistas, a diferencia de los reformistas, dicen que el Estado burgués existente no puede ser tomado listo y utilizado en interés de la clase obrera. Debe ser roto, aplastado y sustituido por un nuevo Estado obrero”.
La aparente contradicción entre las dos posiciones me impulsó a investigar un poco más en nuestra historia sobre esta cuestión (e incluso hacer un viaje, cuando visitaba a un amigo, al archivo de Militant en la Biblioteca del Movimiento Obrero en Salford, Manchester) y lo que encontré fue que hemos estado proponiendo ideas similares durante mucho tiempo. Por ejemplo, en el número 767b de Militant, del 27 de septiembre de 1985, cuando se explayaba sobre la necesidad de que el movimiento obrero tomara el control de los “sectores principales de economía a nacionalizar” como medio para alcanzar el socialismo, Rob Sewell afirmaba correctamente que “el beneficio es la única fuerza motriz del sistema. Aumentar la rentabilidad es primordial para los capitalistas dueños de la economía. A través de mil y un canales -directa o indirectamente- sabotearán a cualquier gobierno que se resista a tales planes.” Esto último no podría ser más cierto, sin embargo, (y pido disculpas por las largas citas que siguen pero es necesario aclarar este punto) Sewell continuó diciendo:
“Un gobierno laborista siempre es elegido en tiempos de crisis, cuando el deseo de cambio es mayor. En estas condiciones, el próximo gobierno laborista será un gobierno de crisis, cuando el deseo de cambio está en su punto más alto, totalmente diferente a cualquier gobierno laborista de posguerra. Será la suma de presiones y contrapresiones lo que decidirá el camino que siga. En lugar de doblar la rodilla ante el capital y esperar dirigir el capitalismo mejor que los Tories, debería impulsar inmediatamente una “Ley de Habilitación” de emergencia a través del Parlamento. “
Esto fue todo un reconocimiento, que me sorprendió cuando lo leí por primera vez. ¿Por qué una organización marxista sugeriría que el parlamento, el mecanismo para asegurar el privilegio de la clase dominante a través de una democracia liberal estable, permitiría que una república socialista se instaurara “democrática” y pacíficamente a través de un gobierno laborista? Si esta cita, y hay muchas similares de ese periodo, se lee aislada del resto del texto, uno podría imaginar que tiene algún tipo de cualidad transicional, aunque en esencia parezca reformista. Una persona poco avisada podría suponer que cualquier “Ley Habilitante” de este tipo, si se llevara a cabo, habría sido defendida por el movimiento laborista, presumiblemente, contra la violenta embestida de los propietarios del capital que, en esa situación, emplearían cualquier medio necesario para dislocar un gobierno laborista de ese tipo a través de su influencia sobre el ejército, la policía y las fuerzas imperialistas extranjeras. Sin embargo, Sewell continuó argumentando que:
“Esta legislación de emergencia no es nueva, ya la utilizaron los conservadores en 1971 para nacionalizar Rolls Royce en menos de 24 horas. Estas medidas utilizadas por los laboristas harían posible la abolición de la Cámara de los Lores y la Monarquía y la nacionalización de los 200 principales monopolios, bancos y compañías de seguros, bajo el control y la gestión democrática de los trabajadores.
“Las indemnizaciones sólo deberían pagarse en función de las necesidades demostradas. Sólo tomando estas medidas para que los ‘sectores principales’ pasen a ser propiedad común se pondrá fin a las leyes del capitalismo y se instituirá una planificación adecuada de los recursos”.
Esta es, en mi opinión, una declaración clara e inequívoca de la metodología reformista. La abyecta confianza en que el Estado burgués, o el Partido Laborista (como supuesta organización revolucionaria) tome las riendas y utilice el aparato estatal existente para instaurar el socialismo, en lugar de pedir su disolución y el desarrollo de organizaciones alternativas de la clase obrera (milicias obreras, soviets locales y comités de fábrica) es, en el mejor de los casos, sembrar las semillas de peligrosas ilusiones en la clase obrera y, en el peor, preparar el terreno futuro para una acomodación a las necesidades y la lógica del capitalismo.
Releyendo nuestro manifiesto a la luz de las posiciones de Lenin, como se ha señalado anteriormente, también me preocupa nuestro enfoque de la cuestión policial. Estamos pidiendo:
“El control de la policía por parte de la comunidad para garantizar que trabaje con y aplique las prioridades policiales defendidas por esa misma comunidad”.
He llegado a la conclusión de que la sugerencia de nuestro manifiesto de que los socialistas puedan establecer un estado obrero a través de la actividad electoral parlamentaria está estrechamente relacionada con la idea anterior, que implica claramente que la policía, que es un pilar central del estado capitalista, puede de hecho ser “tomada tal y como está y utilizada en interés de la clase obrera”.
Al parecer esto tampoco es una invención nuestra reciente como ilustra el número 565, del 14 de agosto de 1981, en un artículo titulado “Responsabilizar a la policía” sobre una manifestación en Liverpool en aquella época:
“Los socialistas no nos oponemos a que la policía luche contra el crimen y detenga a los criminales. La policía debe estar sujeta a la supervisión de comités de vigilancia elegidos democráticamente, que tendrán el poder de nombrar y despedir a los oficiales superiores, así como de supervisar y comprobar el papel y los métodos de la policía. Los comités de vigilancia democráticos deben poder disciplinar y, si es necesario, destituir a los agentes de policía culpables de faltas graves o acciones ilegales. No cabe duda de que hay algunos elementos corruptos y racistas dentro de la policía, y deben ser expulsados. Al mismo tiempo, sin embargo, el movimiento obrero debe hacer campaña por los plenos derechos sindicales de los policías y las policías. En el pasado, la propia policía se ha declarado en huelga y ha demostrado en varias ocasiones su simpatía por los trabajadores en lucha. Es de vital interés para los trabajadores que las fuerzas policiales sean democráticamente responsables y que las filas policiales se incorporen al movimiento sindical.”
En el número 571 del 3 de octubre de 1981, en la página 8, se puede ver que la idea de los comités de vigilancia, presentada como una reivindicación programática clave, bien podría haber sido tomada de los buenos viejos tiempos cuando, en el pasado, la policía:
“no siempre rendía cuentas a las autoridades locales. Cuando, tras la formación de la policía metropolitana en 1829, se crearon gradualmente cuerpos de policía en los distritos, estaban bajo el control de “comités de vigilancia” formados por miembros del consejo, que nombraban a los agentes y a sus oficiales, fijaban su salario y controlaban su trabajo. Cuando se reformaron los consejos de condado en la década de 1880, se crearon “comités conjuntos permanentes”, compuestos en su mitad por concejales de condado y en su mitad por magistrados locales, con poderes similares a los de los comités de vigilancia de los distritos.”
Esta ilustración de Lynn Walsh relativa a los disturbios de Brixton, titulada: “Make the police Accountable”, hace referencia al historiador T.A. Crichley para ampliar esta idea de que hubo un desarrollo orgánico de la responsabilidad policial que surgió desde el mismo inicio del primer capitalismo británico. Walsh cita de nuevo a Crichley diciendo:
“El control de los comités de vigilancia era absoluto… En sus manos estaba el poder exclusivo de nombrar, ascender y castigar a los hombres de todos los rangos, y tenía poderes de suspensión y despido. El comité de vigilancia prescribía los reglamentos del uso de la fuerza y, sujeto a la aprobación del consejo municipal decidía las remuneraciones.”
Es de suponer que esta cita se invocó no sólo para explicar la historia de los comités de vigilancia y su aparente faceta de responsabilidad democrática, sino también para sugerir que éste es el modelo que debe seguir el movimiento obrero. Sin embargo, más adelante en el artículo Lynn Walsh afirma que:
“Los consejos municipales (en el siglo XIX) estaban dominados por la clase capitalista industrial y comercial. La clase media acomodada que defendía el gobierno parlamentario daba por sentado que un cuerpo como la policía, que potencialmente tenía un enorme poder, debía ser controlado democráticamente. Esto, sin embargo, fue en la época anterior a que la clase obrera se hubiera convertido en una fuerza política independiente”.
Así que, de nuevo, se nos presenta aquí lo que sólo puede describirse como las ilusiones congeladas de nuestra posición sobre la policía y el Estado. La cita anterior sugiere, claramente, que el método para los marxistas es empujar a las organizaciones obreras del laborismo a tomar el control de las fuerzas policiales existentes (que los marxistas deberían caracterizar correctamente como instrumentos de la maquinaria estatal capitalista) y guiarlas hacia los intereses de esa clase del mismo modo que los industriales de clase media habían promulgado un control democrático sobre las fuerzas policiales locales a través de los respectivos gobiernos locales electos. ¿Realmente prevemos un retorno a la era pasada en la que la democracia prevalecía sobre las fuerzas policiales (por supuesto, aceptando que ésta era la democracia de las clases privilegiadas y medias)? ¿Es, tal vez, una visión histórica de las potencialidades de un futuro sistema policial socialista dirigido sobre la base de soviets locales elegidos democráticamente, y de esta manera un punto importante a desenterrar cuando se intenta guiar a las capas políticamente conscientes hacia la necesidad de visualizar una sociedad alternativa que sea viable?
Creo que es preocupante que nos basemos en un marco esquemáticamente burgués, con el fin de servir como un plano, incluso para poner de relieve cómo podría funcionar un futuro sistema policial socialista. En cualquier caso, esto último desdibuja la cuestión crucial de cómo defender a la clase ahora que se enfrenta a grandes ataques del Estado. Además, me ha quedado claro que hay indicios de un claro y no adulterado, aunque de algún modo inconsciente, aumento del reformismo en la parte de nuestro programa, como lo era entonces, para la defensa de la clase:
“El final de la primera guerra mundial en 1918 trajo consigo una radicalización masiva de los trabajadores, con enormes luchas y batallas huelguísticas. Los concejales laboristas empezaron a ser elegidos en muchos pueblos y ciudades, con la aparición de una serie de ayuntamientos controlados por los laboristas. El intento del Estado de arrebatar el control de la policía de las manos de los gobiernos locales y concentrarlo centralmente también se hizo más urgente con las huelgas policiales de 1918 y 1919. Tras las huelgas, se creó el comité Desborough para revisar toda la estructura policial, y muchas de sus recomendaciones fueron adoptadas. Una de las recomendaciones fue que el poder de nombramiento, promoción y disciplina debía ser transferido de los comités de vigilancia a los jefes de Policía.
“Sin embargo, el Parlamento se opuso a ello y las competencias siguieron formalmente en manos de los comités de vigilancia hasta 1964”.
Para ser precisos, fue la Ley de Policía de 1964 (y la Ley de Policía de 1967 en Escocia) la que inclinó la balanza del poder, en relación con los jefes de policía, lejos de los comités de vigilancia locales y hacia el gobierno central.
Una vez más Lynn Walsh afirma que:
“Ellos [la clase dominante] han reconocido que la relativa paz social de la posguerra terminó con el reflujo del auge económico. Ven que el periodo venidero, con el continuo declive catastrófico del capitalismo británico y la inevitable erosión de los niveles de vida, será de conflicto frontal con la clase obrera. Por lo tanto, han descartado el viejo rostro `liberal’ y `democrático’ de la clase dominante británica y, en su lugar, presentan un rostro brutal y represivo. Estos acontecimientos, en particular con la perspectiva de los Andertons, hacen que sea de vital importancia para el movimiento obrero la campaña por la democratización de la policía.”
Una declaración definitoria como ninguna otra sobre el razonamiento y la lógica detrás de nuestra posición sobre la policía. Parece que la policía es vista por nosotros como una entidad aislada, que puede ser removida, o extraída, de las garras del estado capitalista a través del control obrero de los comités de vigilancia locales. Sin embargo, entonces surge otra contradicción:
“En la transformación de la sociedad es utópico pensar que el aparato existente del Estado capitalista puede ser asumido y adaptado por la clase obrera. En un cambio fundamental de la sociedad, todas las instituciones existentes del Estado (¿no son las fuerzas policiales parte de esas instituciones existentes?) serán destrozadas y sustituidas por nuevos órganos de poder bajo el control democrático de la clase obrera. La campaña por esto debe ir de la mano de la batalla por extender el control democrático sobre las instituciones estatales existentes. En el caso de la policía, el liderazgo lo ha dado el Partido Laborista del Gran Londres, que incluyó en su último programa electoral propuestas para la democratización de la policía metropolitana”.
Así que, por un lado, estamos dispuestos a defender la “destrucción” del aparato estatal capitalista existente y, al mismo tiempo, proponemos que esos mismos instrumentos del Estado (la policía, etc.) rindan cuentas ante la comunidad local a través de una “democratización”. En mi opinión, esta contradicción es demasiado grande para ignorarla.
Recientemente algunos compañeros han planteado algunas buenas preguntas en esta misma línea con respecto a la policía de inmigración que son miembros de los PCS:
“…abordar esta cuestión en los sindicatos, especialmente en un sindicato que organiza a los departamentos estatales, es cuando menos difícil. Se necesita mucha habilidad para explicar los problemas. Pero la declaración del PCS ni siquiera lo intenta, ¡lo ignora por completo! ¡¿Por qué la declaración del PCS no menciona el trato inhumano que reciben los solicitantes de asilo? Es totalmente pasiva en este tema; ¡sólo se preocupa por la salud y la seguridad de sus propios miembros en la inmigración! francamente, esa es la menor de mis preocupaciones, y cualquier otro sindicalista o socialista decente piensa lo mismo, ¡estas personas que son cómplices de atacar a los solicitantes de asilo y a los inmigrantes no merecen salud ni seguridad! es evidente que no tienen ninguna consideración por la salud y la seguridad de los demás! (de todas formas no creo que su salud y seguridad estuvieran nunca amenazadas por unos cuantos manifestantes pacíficos). La “dirección marxista” del sindicato debiera haber apoyado la manifestación no violenta contra las deportaciones – debiera haber estado en ella de hecho, con los grupos de asilo, sindicalistas, miembros del SSP etc. También deberían haber emitido una declaración criticando el trato del gobierno a los solicitantes de asilo e inmigrantes, la detención, las deportaciones forzosas, etc. y decir a los miembros del sindicato que no participen en estas acciones o serán expulsados del sindicato. ¿Qué sentido tiene que los marxistas ganen la dirección de un sindicato si luego anteponen los intereses sectoriales (reclutar y retener miembros en los servicios de inmigración) a los principios socialistas más básicos?
Espero que tengamos una puñetera buena excusa… Apaciguar a los trabajadores de los servicios de inmigración para que permanezcan en el PCS no es una buena excusa. ¿A quién le importa que algunos reaccionarios se afilien a un sindicato amarillo si el PCS adopta una postura de principios?
Me solidarizaría totalmente con esto, ya que resume de forma concisa un defecto central en la forma en que operamos dentro de los sindicatos. No puedo afirmar que tenga experiencia en este campo y sé que el trabajo sindical es a la vez de vital importancia y bastante difícil, y requiere gran habilidad y dedicación. Pero tengo claro que los revolucionarios no deberían intentar ayudar a la policía de inmigración a hacer mejor su trabajo. No se les debería permitir ser miembros del PCS ni de ningún otro sindicato. En su lugar, deberíamos proponer que el movimiento obrero movilizara sus fuerzas para defender a los trabajadores inmigrantes y resistir, por todos los medios posibles, los intentos de la policía de inmigración de acosarlos y deportarlos. Deberíamos intentar encontrar formas de animar a los trabajadores inmigrantes a que se unan al movimiento sindical organizado y se conviertan en una parte vital del mismo. Un primer paso sería pedir al PCS que se deshaga de la policía de inmigración. Deberíamos oponernos a todos aquellos que quieren desmembrar y dividir a nuestra clase sobre la base de intereses estrechos y sectoriales que, en última instancia, alaban el socialpatriotismo anteponiendo sus intereses (británicos) a los de los trabajadores de otros países.
Además, es un error considerar a la policía en general como “trabajadores de uniforme” que deben ser tratados como cualquier otro trabajador. Esto es particularmente claro cuando los conflictos de clase, como la huelga de los mineros en 1984, chocan con los objetivos estratégicos de las fuerzas policiales encargadas de reprimir los disturbios civiles. Como decimos en “¿Qué es el marxismo?” “La policía, junto con el ejército, constituye el `cuerpo armado’ central que está en el centro del aparato del Estado. Son la primera línea de defensa contra todo lo que perturbe el orden público del capitalismo”.
Como experimento, fui a la página del Marxist Internet Archive y busqué a Trotsky para ver qué tenía que decir. Cuando puse la palabra “policía” la quinta cita que apareció fue la siguiente de “Cuestiones vitales para el proletariado alemán”, 27 de enero de 1932:
“El obrero que se convierte en policía al servicio del Estado capitalista es un policía burgués, no un obrero”.
Creo que Trotsky tenía razón, y que nos hemos equivocado drásticamente en esta cuestión central. Nuestra obra “¿Qué es el marxismo?” hace algunas observaciones valiosas sobre la policía (y el ejército), pero al mismo tiempo sugiere que es un error que los socialistas propongan su abolición debido a la baja conciencia actual de la clase obrera:
“Sin embargo, a pesar de nuestra comprensión de su papel objetivo, las simples demandas de abolición de la policía y el ejército estarían fuera de línea con la conciencia de muchos entre las capas avanzadas. Por lo tanto, intentamos plantear reivindicaciones que no se adelanten demasiado a la conciencia actual, pero que traten de revelar y socavar la función represiva del Estado.”
Si bien es cierto que nuestras reivindicaciones tienen que interactuar con la conciencia actual de los trabajadores si queremos cambiarla, me parece obvio que las reivindicaciones que planteamos hoy deben ser coherentes con nuestros objetivos a largo plazo, o al menos no contradecirlos. El problema con los llamamientos a alcanzar el socialismo a través de elecciones parlamentarias burguesas, o instituir el “control democrático de la policía” o exigir mejoras en las condiciones de trabajo de la policía de inmigración es que contradicen el deber fundamental de los socialistas de informar a la clase obrera de que el Estado de los capitalistas no puede ser asumido, sino que, como he citado antes, “debe ser roto, aplastado y sustituido por un nuevo Estado de los trabajadores”. En lugar de “revelar y socavar la función represiva del Estado”, estas reivindicaciones fomentan activamente la ilusión de que el Estado capitalista, o al menos elementos clave del mismo, pueden ser forzados a servir a los intereses de los trabajadores. Por el contrario, deberíamos plantear reivindicaciones que señalen la naturaleza amañada de la “democracia” capitalista y lleven a la conclusión de que es necesario destruir el Estado burgués y sustituirlo por nuevos órganos de poder de la clase obrera.
Es crucial para los marxistas plantear la difícil y a veces socialmente condenada al ostracismo realidad de que el Estado capitalista debe ser eliminado y sustituido por estructuras alternativas de poder de la clase obrera. No hay otra forma, sugiero, de relacionar y conectar esta necesidad fundamental con nuestra clase que decir la verdad, incluso si esa verdad disminuye nuestra popularidad. Los marxistas no somos populistas: tenemos una tarea mucho más difícil. Esa es la responsabilidad de mantener el eslabón en la cadena de la continuidad revolucionaria desarrollando y trazando un camino hacia el socialismo armado con las lecciones destiladas de las luchas de clases del pasado. Debemos mantenernos firmes en la tradición basada en los legados históricos de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, ya que si nos desviamos de estos últimos retrocederemos inevitablemente al empirismo y al eterno presente.
Considerando todo esto, no puedo aceptar que nuestro partido se sitúe, en definitiva, dentro de la categoría del marxismo revolucionario. No dudo de que la mayoría de nosotros queremos luchar por un cambio socialista en la sociedad, sin embargo, la historia de nuestra organización, y nuestras posiciones programáticas tienen elementos significativos de una estrategia abiertamente reformista. Al mismo tiempo, muchos camaradas del Socialist Party tienen un verdadero fervor revolucionario. No me he arrepentido de pertenecer a esta organización, muchos de cuyos miembros son apasionados, trabajadores, comprometidos y vibrantes, pero he llegado a la conclusión de que es necesario construir un partido basado en un auténtico programa trotskista, y eso, a largo plazo, pesa más que la necesidad de movilizar al mayor número posible en torno a un programa reformista más limitado, a corto plazo. La confusión, el disimulo y, en última instancia, la traición son los únicos resultados posibles de las formaciones políticas que “dejan para más adelante” los principios fundamentales del marxismo. Por estas razones, creo que no tengo más remedio que dimitir del Socialist Party.